MUERTE


Oh!, dulce muerte, bienvenida sé a mi vida
que aquí te espero con los brazos abiertos
dispuesto a entregarte mi último aliento.

Ven y no lo dudes más, os ruego, ya no me hagas esperar
ven y termina con esta hambre de paz, no quiero más llorar
Ven y dame libertad, sé mi ángel en mi eterna soledad.

Para qué seguir fingiendo, a ver tú dime pa’ qué
si ni mi corazón siento. Esperad la noche
preguntadle al viento; él os hablará de mis lamentos.

No os vayáis, aún queda tiempo, corta los viejos hilos
que me atan a esta tierra maldita
a esta mísera vida que ni los condenados envidian.

Yo te ofrezco mi lira a cambio de un lugar en tu viña
también las más grandes notas de mi piano
y lo que le reste a mi pluma perdida.

Para ti serán mis mejores letras, escritas con mi sangre en tu nombre.
Déjame tomar el remo de Caronte y cruzar ese río de muerte
tú sólo promete aguardarme del otro lado del monte.

Maldita vida...no sabes cuánto te odio; te desprecio, y me desprecio.
Pérfida mágica hada soñada, extiende tus oscuras alas
y bríndale a mi alma el calor de tu espada.

¡Oh!, dulce muerte, sé mi amante pérdida, y solamente mía
mi niña fría; dame de beber del cáliz de los últimos días
y cual beso de Judas condéname a una muerte sin espinas.

Déjame perecer bajo el yugo de tu boca, ahógame en el lago de fuego
que para mí será como perderme en tu cuerpo. Enviad al Cancerbero
dejad que me destroce; que yo sentiré entre sus dientes tus caricias.

Y haz de mi agonía el sueño de tenerte; vamos, abrázame muy fuerte.
Desnudaos, quedaos en mi cama; hoy mi tumba y lecho nupcial
donde te he de desposar, y haré el amor hasta penar.

Mátame, como la bella Hildegunda que infundiéndose veneno en los labios
da sublime suplicio al poderoso Atila. Duele mis horas con ternura
hazlo, quémame en tu infierno, y luego profana mis cenizas.

Déjame descubrirte tras ese velo de tinieblas que es la vida.
Desenvaina tus mejores armas y prepara tus manos para la batalla.
Corta mi cabeza con tu voz, que yo te perdonaré en nombre del amor.

Profiéreme la frialdad de tus palabras, el amargo ajenjo de tus labios
la hiel seca de tus pechos. Quita todo rubor de mis mejillas
y regálame tu noche más fría.

Sacia mi sed con tu veneno, todos aquí estamos de acuerdo
Dios ya no tiene pretextos, es hora, no pierdas más tiempo
acaba con todo esto que siento, haz tuyo mi último aliento.

Y si es verdad que hay algún maestro del silencio
que corte mi lengua y la dé de comer a los perros
que una vez muerto no hable con los búhos y los cuervos.

Ven, piadosa muerte querida, entrégame tu vida.
Concededme con un último beso el don de la inmortalidad
que yo os prometo llevaros de la mano por toda la eternidad.

Abril del 2006